hálassa, thálasa, dijo el Profesor Richard Talbert cuando vimos la laguna de Guatavita tras una caminata empinada de unos veinte minutos. Cualquier estudiante del mundo antiguo hubiera entendido de inmediato su broma: “¡el mar, el mar!” (θάλασσα o θάλαττα en griego) exclamaron los 10.000 mercenarios helenos bajo el mando del ateniense Jenofonte cuando, en el año 399 a.C., tras una marcha de más de un año desde el interior del Imperio Persa, vieron al fin el Mar Negro que los llevaría a casa. Los mercenarios lograron escapar con vida desde Cunaxa en Mesopotamia, donde su empleador, Ciro el Joven, el pretendiente al trono de Persia, había muerto en batalla contra las fuerzas de su hermano mayor Arsaces, el Rey de Reyes.
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